miércoles, 3 de febrero de 2010

DESASTRES NATURALES

Ayer dejé mi querida Claudia en manos de los mozos de GeoNatural para que le revisaran la rueda de atrás, ya que, durante la salida que hice por la mañana, no paró de darme la lata. Por la tarde, recibí un correo electrónico en el que me decían que tenía un radio partido y me quedé un poco extrañado, porque no recordaba haber dado ningún llantazo durante la salida...

Peeeeeero, conforme avanzaba la tarde, recordé el encontronazo que tuve unos días antes con un perro grande, un labrador. Su dueña tuvo la feliz idea de pasear con él por el carril-bici que va hacia la universidad. Claro, como, gracias a Dios, no existe un paseo amplio y grande para las personas unos pasos más abajo...
No sé muy bien cómo, pero el perro impactó contra la bicicleta mientras corría a todo trapo hacia su propietaria. No tuve tiempo ni de presionar la maneta del freno y me casqué un piñazo de órdago.
Luego, las excusas de siempre ("Es que no te vio": "Es que no sabe lo que hace") y mis frases de siempre ("Esto no es para los perros, es para los ciclistas": "¿Por qué no va por el paseo, como las demás personas?").


La fiera en cuestión (bueno, en verdad era otra... y mucho más grande)

Esto me ha recordado un post que repliqué en el foro de Rodadas.net acerca de encuentros con animales durante alguno de nuestros viajes:

Pues yo tengo unas cuantas anécdotas, porque, al parecer, los animales me ven pedaleando por el monte y se conjuran contra mí para hacérmela por la noche, pero os contaré dos que me hicieron pasar un momento de apuro.

La primera, me ocurrió mientras disfrutaba de una ruta de pocas horas entre la Almería y un pueblo llamado Enix. En la radio escuchaba "Carrusel Deportivo" mientras subía y subía. Tras rodear un pequeño cerro coronado por un cortijo en ruinas, encaraba un terreno más suave...
De repente, sentí el suelo tembló tras la bici y, alertado, dirigí la vista atrás... Me quedé petrificado. Frente a mi, y con cara de poco amigos, estaba una cabra montesa.
Unas cuantas más cruzaron rápidamente el camino y comenzaron a descender por un barranco, pero aquélla seguía quieta, observándome a menos de metro y medio.
Yo ya veía lo que iba a suceder: Me toparía, yo volaría hasta el barranco y me despeñaría por éste.
La cabra dio un paso hacia adelante. "Ya viene", pensé, pero ésta se limitó a dar la vuelta y comenzar el descenso. Yo me quedé en mitad del camino con el corazón en la garganta. Una vez vi al grupo de animales subiendo una montaña próxima, continué la ruta rezando por no encontrármelas en la bajada.

La otra me sucedió durante mi ruta por las Alpujarras.
Tras un largo día, establecí mi campamento para la noche en un pequeño claro entre árboles, no muy lejos del camino que debía retomar a la mañana siguiente.
Monté mi tienda de campaña, cubrí la bicicleta con su lona y, tras cenar, me acurruqué dentro de mi saco de dormir. El sueño me venció pronto, ayudado por una temperatura suave y agradable.
En mitad de la noche, un sonido metálico hizo que me levantara como un resorte, pero me quedé en silencio para ver si el ruido se reproducía. Fuera había algo rondando la tienda. De repente, el sonido de una bolsa de plástico y, de nuevo, aquél ruido metálico, seguramente una lata... Entonces caí en la cuenta que, con el cansancio y las prisas, había olvidado colgar la bolsa de basura de alguna rama para que no la destrozara ningún animal.
Fuera, los ruidos aumentaron de volumen. Aquél bicho se había envalentonado y se había acercado un poco más a la tienda. Yo estaba "acongojado". ¿Qué animal sería? ¿Un jabalí furioso y sediento de sangre? ¿Un lobo solitario en busca de algo que llevarse a la boca? ¿El Yeti de Sierra Nevada? Linterna en mano, abrí la cremallera de la tienda lo justo para poder ver qué había ahí fuera, acechándome... Era un zorro, que, al ver la luz, salió disparado montaña abajo. Resoplando de rabia, salí, recogí el desastre en que se había convertido la bolsa de los desperdicios y volví al interior de la tienda, no sin antes colgar la bolsa en una rama.
Un rato después, volví a escuchar aquél tintineo metálico. Cabreado por no poder descansar, y suponiendo que el zorro había vuelto a las andadas, salí como una tormenta de la tienda clamando contra el animal... para encontrarme de bruces con un tejón.

Un tejón... pero el que yo vi se parecía más al de abajo...


Pensé que saldría huyendo ladera abajo como su predecesor, pero éste no se alegró de verme, porque comenzó a emitir unos sonidos nada amigables, por lo que, para más seguridad, volví a la tienda y me quedé sentado en el centro de ésta escuchando los resoplidos de aquél animal. De vez en cuando, echaba una ojeada para observarlo, pues no todo el mundo puede decir que han visto un tejón.
La verdad que es un animal bien hermoso, con ese pelo grisáceo salpicado de negro y blanco. Sus movimientos me recordaban vagamente a los de un oso.
Después de saciarse (lamiendo una lata de atún) y de registrar el terreno en vano, lo vi encaminarse ladera abajo.


En el momento de escribir esta respuesta, me olvidé accidentalmente de otros "encuentros en la tercera fase" con animales.

Una de mis rutas favoritas alrededor de mi pueblo, Arboleas, es una sucesión de subidas y bajadas muy divertida y excitante.
Pues, en plena bajada, creyéndome ya un as del descenso... ¡PLAFF! Un cuervo me impactó en el abdomen, dejándome sin respiración unos segundos. Me libré de un buen trastazo por centímetros, pero, cuando llegué abajo, me tiré al suelo de inmediato, intentando recuperar el aliento.
El pobre cuervo, aturdido por el golpetazo (y la sorpresa, seguramente), salió volando unos metros para despeñarse por un barranquillo cercano.
R.I.P.

En otra ocasión, tuve que huir de un grupo de gaviotas en pleno frenesí alimenticio, pero las … volaban más rápido de lo que mi bicicleta podía correr.
NOTA: Nunca des de comer a una gaviota, por muy sola que esté; ésta avisará a sus congéneres de que hay papeo gratis para todas y, si no lo hay, la ira las vuelve contra el desdichado que tiraba migas de pan.

Y por último, mis amigas las cabras… domésticas, porque, ¿quién no quiere salir de su camping y encontrarse con un grupo de éstas mordisqueando los cables de tu bicicleta o tu tienda de campaña, mientras excretan alegremente a tu alrededor, obligándote a levantar tu campamento y marcharte sin poder desayunar en el lugar?

¡Ah! La naturaleza, qué poco se preocupa por nosotros, la muy….

2 comentarios:

  1. Hola Fran. Las cabras esas del camino a Enix las conozco muy bien. Normalmente están situadas en la presa que hay detrás de la Autovía ( SItio chulísimo para pasar una noche), pero hay veces que amplían horizontes jejej. Al respecto de lo de los perros, ami me jiñan que te cagas jeje. Ya se me han tirado varios a las piernas los muy cabrones, solución.. petardos. Siempre que acampo suelo llevar unos cuantos carpinteros, y si no queda más remedio... machetazo. Solo me ha ocurrido una vez, pero en esos casos es el animal o tu. Te comento esto, por que parece que en los montes que rodean Almeria no hay nada, pero error. Una noche me levanté rodeado de una manada de perros salvajes, cada vez más cerca, hasta que mi parienta de aquel entonces y yo tuvimos que actuar. Ella con una gavilla y yo con el machete. Resultado, perro herido de gravedad, humano con un mordisco en la mano. ya no te cuento si vas con tu can.... los perros salvajes odian a los perros domesticados.

    Saludos

    PD. oye tu entiendes de mecánica de la bici???
    Te lo pregunto por qué dentro de algunas semanas me iré de Murcia para allá a decentar la bicicla, por si te pregunto dudillas.

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  2. Muchas gracias por tu comentario.
    Ya me habían comentado lo de los perros, pero nunca tuve ningún susto (y menos tan grave) con alguno.
    Respecto a lo de la mecánica, se puede decir que entiendo algo, aunque tampoco sea un as del tema, pero si me preguntas algo, te ayudaré encantado.

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tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein