miércoles, 10 de febrero de 2010

ABUELOS VOLADORES Y OTRAS CRIATURAS CICLÍSTICAS (I)

En Almería tenemos varios ejemplos de que darle a los pedales es para todas las edades.

Conozco a un par de niños, de unos 6 y 8 años, que tienen sorprendidos a sus padres por la afición que tienen al ciclismo. Uno de ellos en particular no es feliz si no sale a pedalear al menos una vez al día, llueve, haga viento o calor. Además, el carril-bici de la universidad se le quedó corto hace tiempo…

En el paseo marítimo, también se ven niños más normalillos, a los que salir con la bici un rato es limitarse a dar cuatro pedaladas por el enlosado para, a continuación, intentar correr sobre la arena de la playa, con el consiguiente revolcón por ésta.
En una noche de verano, mientras yo y unos amigos cruzábamos el lugar de regreso a casa tras una rutilla por la playa, paramos para beber agua y charlar un poco antes de separarnos.
En estas, un niño de unos cuatro años se acercó a nosotros montado en su bicicleta, que aún se apoyaba en patinetes. Me quedé extrañado al ver el gesto de su rostro…Estaba con la boca abierta, como si estuviera viendo algo extraordinario.
- ¡Hey, chiquitín! – le dije - ¿Qué tal estás?
Asintió. No era una respuesta, pero era igualmente válida. Miró nuestras bicis por unos segundos, con el mismo gesto de sorpresa en su semblante.
- ¿Te gustan las bicis? – le preguntó uno de mis amigos.
Volvió a asentir con la cabeza, pero siguió igual hasta que, en un momento dado, se acercó un poco más y, en voz baja, preguntó:
- ¿Sois astronautas?
- ¿Qué? – pregunté. Ahora éramos nosotros los sorprendidos.
- ¿Sois astronautas?
- ¿Por qué lo dices? – le pregunté.
Señaló con su dedito índice las luces de seguridad de nuestras bicicletas y dijo:
- Por eso – y añadió- Y por la ropa que lleváis. Y por el casco.


El paseo marítimo de Almería.

También, tenemos el otro extremo de la escala, gente mayor que traga kilómetros casi todos los días.

Una vez dejas atrás el pueblo de Cabo de Gata, se encara una laaaaaaarga recta por las salinas del mismo nombre hasta poco antes del comienzo de una subida para alcanzar el faro del Cabo. A un lado, hay una extensísima playa bañada por el Mar Mediterráneo y, al otro, las salinas donde se pueden observar flamencos y otras especies de aves, con unos observatorios desde los que fotografiar a las aves que allí viven.
A mitad ya de la recta mencionada, me sentía pletórico por el buen ritmo que llevaba.
Entonces, detrás de mí, divisé un ciclista al principio de la recta. “Demasiado lejos como para que me alcance”, pensé yo (mi vena competitiva, siempre lista).
Seguí pedaleando a aquél ritmo que se me antojaba superior al que estaba acostumbrado, admirando el paisaje, disfrutando del sol.
De nuevo, volví la vista atrás… ¡Imposible! ¡Aquél ciclista había cubierto en apenas cinco minutos lo que yo en diez! De haber sido una carrera, estaría en graves apuros.
Decidí aumentar un poco el ritmo durante un par de minutos. Seguro que aquél tipo desistiría en su “ataque” (de nuevo, la vena competitiva, esta vez, sin ni siquiera conocer al presunto rival).
Pero, al cabo de unos instantes, empecé a escuchar el pedaleo de mi enemigo. Lo llevaba pegado…
De repente, me pasó como un misil.
Me quedé de piedra: Mi rival era un hombre de más de sesenta años a lomos de una antigua bicicleta de carretera que, al adelantarme, me saludó educadamente con un gesto con la cabeza.
Comenzó a alejarse de mí a una velocidad increíble. Por mi parte, yo fui aminorando la velocidad hasta que me detuve por completo… “¿Me doy la vuelta o sigo?”, pensé.
Decidí seguir adelante con el orgullo herido. Además, siempre tenía la excusa de que yo llevaba las alforjas cargadas a tope y él no llevaba nada...


La recta de las salinas en la que me adelantó aquél misil de 60 años...

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La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein