domingo, 23 de enero de 2011

ESCAPADA AL PUERTO DE LA RAGUA

Si quieres saltarte la lectura, ve directamente al vídeo:

http://www.youtube.com/watch?v=6ujj5O7WgGo

Mi hermano, Felipe, y yo llevábamos un tiempo queriendo realizar una escapadita de dos o tres días con la autocaravana de nuestros padres, así que, este pasado fin de semana partimos desde Almería acompañados por mi cuñada, Ana Belén, y un amigo, Juan.

No habíamos planeado la ruta, así que improvisamos una sobre la marcha. Finalmente, decidimos visitar la Alpujarra almeriense, pasando la primera noche en Laujar de Andarax, para, al día siguiente, seguir las estrechas carreteras de la región y atravesar los pequeños pueblos blancos que salpican las montañas de la región. Por último, nuestra parada final sería el Puerto de la Ragua, una frontera natural entre las provincias de Almería y Granada, donde disfrutaríamos de la nieve.

Laujar de Andarax es un pueblo bastante coqueto, el punto de entrada a la vertiente almeriense de La Alpujarra.
Es un lugar muy hermoso, enclavado en mitad de un valle flanqueado por montañas no demasiado altas, pero sí exigentes, a pesar de lo cual se pueden disfrutar de estupendas jornadas de senderismo o de bici de montaña. También, tiene una historia extensa de la que su iglesia, su ayuntamiento y sus fuentes han visto gran parte. Añadir, además, que de los viñedos que salpican el paisaje, se extraen unos excelentes vinos con los que acompañar un buen (y típico) plato alpujarreño.

Llegamos a dicha población bien entrada la noche y optamos por parar a dormir en un pequeño valle a las afueras del pueblo, un lugar que yo ya conocía con anterioridad, pero no por ello me dejaba de transmitir la sensación de estar en plena naturaleza, a lo que contribuía el sonido del agua corriendo por un arroyo unos metros más allá.
Por la mañana, nos despertamos bien temprano y, tras desayunar, Juan y yo nos aventuramos a cruzar el arroyo y escalar un monte cercano para investigar dos cuevas que se podían observar desde abajo.



El terreno, blandeado por el exceso de agua, se resistía y nos obligaba a zigzaguear en busca de sendas más estables por las que avanzar hacia las cavidades en la roca caliza. Una vez en éstas, pudimos estudiar una zorrera reconvertida en conejera, en uno de cuyos extremos un depredador había excavado recientemente intentando hacerse con uno de los roedores (sin mucho éxito, al parecer).
Al poco, se nos unió mi hermano, pero no pudimos avanzar mucho más debido a que el camino que seguíamos acababa en un terraplén insalvable. Bajamos del monte y, tras disfrutar de un corto paseo por un pequeño parque cercano, volvimos a ponernos en movimiento en dirección a Paterna del Río.
A la salida de Laujar de Andarax, pudimos observar en la lejanía la espectacular estampa de Sierra Nevada totalmente nevada.

Nos detuvimos en Paterna del Río para poder fotografiarnos en la curiosa fuente adornada con leones (parecida a la de La Alhambra granadina) que se encuentra en la plaza del pueblo, cerca de la iglesia, que también visitamos. A un lado de la entrada de dicha iglesia, se pueden observar una lápida y una cruz en las que aparecen los nombres de un grupo de hombres (además de una mujer y un niño de escasos meses) que fueron fusilados durante la Guerra Civil.


Proseguimos nuestro camino y, tras cruzar Bayárcal, último pueblo de la provincia de Almería, nos dirigimos hacia el Puerto de la Ragua.
Mientras ganábamos altitud, la nieve comenzó a aparecer. Al principio, no veíamos mas que pequeños montones aquí y allá, pero, a medida que avanzábamos, pudimos comenzar a observar alfombras blancas por todas partes. En un momento dado, llegamos a una especie de anchurón sobre el cual se erigían un par de edificios de madera rodeados por un manto de nieve.
Habíamos llegado al Puerto de la Ragua.


En realidad, el Puerto de la Ragua es una estación de esquí en miniatura. En el mismo edificio, de apenas dos plantas, tienes un refugio, un bar con máquinas expendedoras, un guía que te informa acerca de rutas y lugares que visitar... Por supuesto, fuera tienes a un tipo que te alquila unos trineos de plástico (a diferencia de la estación de Sierra Nevada, donde te ofrecen esquís y tablas de snowboard) para que disfrutes deslizándote por el hielo y la nieve.

Nada más llegar, puse los ojos en El Chullo, la mole de 2611 metros que se alzaba a un lado, la montaña más alta de la provincia de Almería. Éramos dos viejos conocidos: En 2010 había intentado tres veces coronar su cima sin conseguirlo. De una forma u otra, siempre aparecía algún problema que me impedía subir arriba (y no creáis que se trata de un montañón rocoso, nada de eso; es una simple caminata con algún que otro desnivel).


De todas formas, en esta ocasión la observé con cierta indiferencia: Había ido hasta allí para pasármelo bien, no para ascender ninguna montaña y, para ello, Juan, yo y Felipe, mi hermano, encaminamos nuestros pasos hacia la pista de hielo. Pasamos por alto los trineos “de pago” y decidimos buscar algún plástico con el que disfrutar de una emocionante bajada a toda velocidad. Juan y mi hermano encontraron un par de trozos de plástico y yo... una silla (también de plástico). Ascendimos por la pendiente helada y, una vez allí, los otros dos forcejearon entre bromas y acabaron deslizándose hacia abajo a toda velocidad mientras yo reía a carcajadas.
Entonces, coloqué la silla sobre el hielo, me senté sobre ella, tomé impulso... Pero no avancé. Me di cuenta que el pequeño borde de la silla hacía cuña con el hielo y no me dejaba avanzar. Pensé un momento cómo hacer que aquél trasto me llevara hacia abajo y encontré la solución inclinándome un poco hacia atrás. Salí como un rayo cuesta abajo sin saber muy bien cómo frenar...

Después de la siesta (sagrada tras la comilona que nos metimos), Juan y yo decidimos pasear un poco por un monte cercano. Llegamos a la cima, pero se veía un sendero que llevaba... hasta la cima de El Chullo. Yo lo pasé por alto y me senté sobre unas rocas para observar el maravilloso paisaje que se extendía frente a nosotros, pero Juan me planteó la posibilidad de subir hasta allá arriba al día siguiente.
Al principio, dudé, ya que, a excepción mía, nadie más había traído el material necesario (ropa, calzado...) como para afrontar un recorrido así..., pero las ganas de subir aquélla cima de una vez por todas me vencieron y acepté.
Durante la tarde, llegó otro buen amigo más, Juan Carlos, quien pasaría la noche con nosotros y que, también, se unió a la idea de subir allá arriba.
Así pues, y aunque alargamos las risas y el cachondeo hasta las tantas de la mañana, decidimos ir a por todas a la mañana siguiente.


Me desperté (mejor dicho, me despertaron) sobre las once de la mañana y, para mi sorpresa, los demás llevaban en pie desde bien temprano y tenían ganas de emprender la marcha.
La verdad es que me sorprendió comprobar que se lo habían propuesto como un reto, ya que no son gente muy “montañera”, pero, ahí estaban, rabiando por salir de una vez y encarar la subida.
Preparé una mochila para llevar material y salimos de la autocaravana, pero, antes de partir, surgió el primer problema: Las botas de mi hermano dijeron “basta” y su suela se despegó por la puntera. Primera baja.
Juan, Juan Carlos y yo seguimos adelante y, tras coronar la primera subida, la misma que hiciera el día anterior, nos detuvimos para que yo les explicara algunas normas básicas de seguridad y la ruta que íbamos a seguir: Nos guiaríamos por las motas verdes de vegetación que había en una de las caras de la montaña, signo de que podríamos avanzar más rápido por allí que por la nieve y el hielo.
Tras esto, reanudamos la marcha y encaramos otra subida, esta vez por un cortafuegos cubierto de montículos de nieve.


De nuevo, parada en unas rocas, ya en la misma falda de la montaña, desde donde podíamos ver el comienzo de una subida algo dura para gente como ellos, no habituados a este tipo de esfuerzos... Pero, de nuevo, me sorprendieron tirando para arriba como bestias.
Mientras Juan Carlos se iba en solitario, sin alejarse demasiado, yo me quedaba atrás con Juan, quien comenzaba a tener dudas acerca de si llegaría a la cima o no. Le estuve animando el resto de la ascensión, diciéndole que cómo iba a tirar la toalla ahora que le quedaba un tercio para coronar, que podía lograrlo. Eso, y su propio esfuerzo, fue lo que le hizo llegar al refugio de piedras donde paramos a reponer fuerzas bebiendo agua y animándonos.
Dicho refugio se encuentra escasos cien metros de la cima, pero ésta aún no se ve. No les dije nada para que se sorprendieran al llegar... Y así fue.


Tras ascender por lo que parecía una elevación más, nos encontramos con un pequeño llano en el cual se erige un poste de cemento (un hito geológico creo que se llama): La cima.
De repente, el cansancio desapareció y dio paso a una alegría incontenible por parte de todos. Un torrente de adrenalina comenzó a correr por mis venas al tiempo que me unía a la algarabía de Juan y Juan Carlos, que se subieron al poste para celebrarlo.
Después de disfrutar de la cumbre e inmortalizar el momento con nuestras cámaras, yo y Juan Carlos bajamos una pequeña pendiente y fotografiamos la provincia de Almería envuelta en la niebla, tras lo cual decidimos dar la vuelta y regresar.


¡Cual sería nuestra sorpresa al encontrarnos a mi hermano, Felipe, cerca del refugio! Había conseguido enmendar sus maltrechas botas y decidió intentar darnos alcance... ¡y casi lo consigue a pesar de salir con una desventaja de más de media hora!
Le acompañamos a la cima, pisándola por segunda vez, y volvimos a fotografiarnos, esta vez todos juntos.
Por segunda vez, acometimos el descenso. Estábamos pletóricos. Era como si el esfuerzo no nos hubiera hecho mella, por lo que bajábamos a un ritmo estupendo, teniendo cuidado con algunas placas de hielo que no habíamos advertido al subir.
Una vez dejamos atrás la montaña y comenzábamos a adentrarnos en el cortafuegos, Juan comenzó a mostrar signos de una gran fatiga. De nuevo, me posicioné junto a él y le acompañé el resto del camino.


El terreno aparecía ahora cubierto de barro debido a la nieve que se fundía por el sol radiante que brillaba en el cielo, por lo que el avanzar se hizo tan dificultoso como cuando encaramos la subida con la nieve blanda.
Tras recorrer en media hora lo que antes nos costó sólo quince minutos, volvimos a tener delante la autocaravana. ¿Cuántas horas habían transcurrido desde que la vimos la última vez? ¿Tres, cuatro?
Entramos todos en tromba al oler la paella que mi cuñada había preparado (sobra decir que no quedó ni un grano de arroz).


Pasamos el resto de la tarde holgazaneando, hasta que comenzamos a prepararnos para la vuelta a casa. Yo me iría con Juan Carlos hasta Almería, de modo que mi hermano y los demás podrían acortar bastante su viaje vía Baza.
Me despedí de Juan, Ana Belén y Felipe, puse mis trastos en el maletero del coche de Juan Carlos y salimos del lugar sin demasiada prisa.
En un momento dado, sin previo aviso, el coche frenó bruscamente y maldecí a Juan Carlos, sorprendido, pero no dije nada: Delante de nosotros, en mitad de la calzada, se hallaban dos machos de cabra montesa que nos observaban (con bastante mala leche, diría yo).
Poco a poco, fueron caminando hasta un huerto al lado de la carretera y pudimos avanzar, no sin antes fotografiarlos.
Era el final perfecto para una escapada a la nieve perfecta.


Tal vez haya quien piense que una montaña de 2600 metros no merezca tanto texto y, tal vez, tengan razón.
Sí, no se trataba de una gran cumbre, pero sí de NUESTRA gran cumbre, en especial para mi hermano, Felipe, Juan y Juan Carlos, gente que no suele llevar a cabo este tipo de aventuras, pero que las disfruta al máximo al llevarlas a cabo.
Puede que, incluso, les haya picado el gusanillo ya que se han comprometido a subir (este mismo fin de semana) el Cerro Limaria, un monte cercano a mi pueblo natal, Arboleas...

martes, 11 de enero de 2011

MARE NOSTRUM: EL PROYECTO DE NICOLAS RICHAUD

Buenas a tod@s,

Este mediodía, he conocido a Nicolas Richaud, un joven francés al que, hace unos meses, se le ocurrió la idea de recorrer la costa mediterránea, tanto de Europa como de África, a lomos de una bicicleta durante un año.

Le encontré en el paseo marítimo de Almería, escribiendo en una libreta y consultando un pequeño mapa. Su bicicleta, cargada y preparada hasta lo más mínimo, descansaba a un lado, apoyada sobre un banco.
Yo pedaleaba con tiempo de sobra hacia mi trabajo, así que, animado por la curiosidad, me detuve junto a él y comencé a preguntarle qué ruta seguía, desde dónde había salido... (las típicas preguntas que nos hacemos entre cicloturistas).
Me contó que salió hace ya unos meses desde Alemania (!!!!!) y que, en los últimos días, había recorrido el Cabo de Gata ("unas playas espectaculares") y, ahora, quería dirigir sus pedaladas hacia Granada para, desde allí, bajar hacia Gibraltar y cruzar a África, pero que no encontraba una ruta adecuada para llegar desde aquí hasta la capital nazarí.
Le expliqué que, el año pasado, yo hice dos veces dicho recorrido, pero a la inversa y en BTT, pero que conocía otras rutas por asfalto que le llevarían hasta allí.
Le animé a que me acompañara hasta mi trabajo y, una vez allí, le mostré en el ordenador el trayecto (o trayectos) que podía seguir.
Nicolas es un chico muy afable que habla tres idiomas (su inglés era perfecto y su español "chapurreao" no estaba tan mal). Según me ha contado, recorrió Córcega hace un tiempo y allí se dio cuenta de que viajar en bici "era más rápido que caminar, pero más lento que un coche".
La verdad es que no me he fijado mucho en su máquina, una Silkroad Tout Terrain calzada con Schwalbe, pero lucía impecable, con todos los detalles y cargada hasta los topes.

Finalmente, hemos desplegado un mapa GIGANTESCO en el cual le señalé la carretera a seguir y le he contado los pros y los contras de tal o cual tramo, de los pueblos que no puede perderse y de rincones acogedores donde dormir. Por último, le he pasado unos cuantos mapas a su pen-drive y, tras preguntarme por un restaurante barato, se despidió a lomos de su bicicleta.
Cuando se ha ido, me ha invadido la envidia sana de quien se alegra de que exista gente a quienes se les ocurren ideas tan simples, pero, a la vez, tan complejas y maravillosas como es rodear la costa mediterránea dándole a los pedales. Uno se queda despidiéndose de ésas personas pensando: "¿Cuándo empezaré yo a llevar mis sueños a la realidad?"
Si queréis seguir su aventura, echad un vistazo a su blog:

martes, 4 de enero de 2011

SENDERISMO EN LAUJAR DE ANDARAX

El pasado sábado 18 de diciembre, me uní a una excursión organizada por la asociación Almería BABEL, un grupo de jóvenes que se reúnen cada semana para hacer un intercambio de idiomas y, como en esta ocasión, para hacer alguna que otra escapadita.Junto a mí, acudió una chica estadounidense, Laura, a quien conocí mediante CouchSurfing (un sistema de alojamiento “gratuito” del que algún día hablaré) y que vino para pasar el fin de semana en Almería.

En uno de los foros que suelo frecuentar, planteé dos planes para pasar el fin de semana disfrutando de la naturaleza: El primero, era una salida en bici de montaña de dos días por el Cabo de Gata. El segundo, una ruta de senderismo para llegar a la cima del Chullo, el pico más alto de la provincia de Almería.
Para mi sorpresa, me llegó una respuesta en la que me comunicaban de una salida a las cercanías del Chullo organizada por Almería Babel. Sin pensármelo mucho, y tras consultar con mi invitada, Laura, ambos nos unimos a dicha escapada.

Tras intercambiar unos cuantos mensajes en un foro, supe que hora de reunión era a las diez y media de la mañana del sábado, fijándose como lugar de salida la entrada del Auditorio Municipal Maestro Padilla (lugar de reunión e inicio tanto para salidas en bici de montaña como de senderismo).
Dejé listo el material la noche del viernes, a excepción de la comida, que prepararía por la mañana.
Lo único que no podía controlar era el tiempo, y es que llevábamos ya una semana a remojo como los garbanzos y, además, los pronósticos anunciaban lluvia para los días siguientes, algo poco común por estas tierras, normalmente áridas.

Laura y yo llegamos los primeros al punto de reunión, pero el reloj avanzaba y no aparecía nadie. Para una vez que soy puntual...
Poco a poco, los excursionistas fueron llegando y formando un corrillo para no exponernos demasiado al frío de la mañana ni a la débil lluvia que caía en esos momentos.
Y la lluvia nos dio que pensar: Lo que a nivel del mar es agua, a más de mil quinientos metros es nieve...Con muy buen criterio, y tras hablar con el grupo, los responsables de la quedada decidieron cambiar la ruta y dirigirnos a Laujar de Andarax, para recorrer alguno de los senderos que existen en la zona.
Así pues, nos repartimos en los coches y salimos a la aventura.

La carretera para llegar a Laujar de Andarax fue la pesadilla del día. La visibilidad se limitaba a apenas un par de metros debido a la espesa niebla que cubría el paisaje en algunos tramos. A mi lado, notaba el nerviosismo de Laura, mirando hacia fuera con gesto preocupado. Y es que no era para menos; prácticamente estábamos avanzando entre las nubes.
Tras ganar altitud, pasó el susto y la visibilidad mejoró, por lo que nos deleitamos con la vista de las nubes cubriendo los diversos valles y ríos de más abajo.

Una vez llegados al pueblo, nos dirigimos al estupendo Centro de Visitantes que hay a la entrada de esta localidad dedicada a la crianza del vino y al turismo rural.
Consultamos las diversas rutas que recorren las montañas de la región y, tras seleccionar una, volvimos a los coches para avanzar hasta el lugar de salida, más allá del núcleo urbano.



Arribamos a una explanada sin asfaltar tras recorrer una carretera sinuosa.
El lugar era de una belleza difícil de superar; un valle rodeado de pinares y por cuyo centro corría apresurado un arroyo.
Dejamos los coches junto a un restaurante que, en un primer momento, pensé que estaría cerrado por ser temporada baja.





Bajo una débil llovizna, cada excursionista revisó su material, dejó o incorporó algún elemento para dejar la mochila en un peso ideal y se unió al grupo conforme éste iba en busca del inicio del sendero recorriendo un camino junto al arroyo.
Una corta, pero intensa rampa daba la bienvenida y ayudaba para despertar los músculos de más de uno. No hay nada mejor que un esfuerzo corto, pero sufrido para despejarle a uno por la mañana.
Y más sufrido sería aún cuando, al llegar a un llano, descubrimos que el “líder de la expedición” se había equivocado de camino y que debíamos dar la vuelta, algo que, por otra parte, no pareció molestar a nadie, ya que todos nos dedicábamos a fotografíar el espectacular paisaje que se descubría ante nosotros.

Tras descender, y después de la pertinente parada en los coches para desprendernos de algunas prendas debido al calor (inexistente) y de hacer el cabra por la ladera de una montaña junto al arroyo, nos orientamos mejor y comenzamos (esta vez sí) el sendero.
Éste avanzaba por un margen del arroyo que, en esos momentos, llevaba una cantidad significativa de agua (hasta la pantorrilla, más o menos) y nos guiaba a través de imponente arboledas.

La lluvia era la protagonista indiscutible de la jornada y parecía ganar fuerza a cada minuto que pasaba, pero, aún así, decididos, seguimos por el sendero que, en cierto punto, comenzó a estrecharse y ascender.



Las vistas desde éstos deben de ser magníficas ya que, a pesar de las nubes, se podían distinguir gigantescas moles a cada lado del valle, cubiertas todas por infinidad de pinares.

En un momento dado, nos refugiamos bajo unos árboles (alcornoques, creo recordar) para devorar nuestros bocadillos. Mientras dábamos cuenta de ellos, la lluvia se convirtió en un torrente. En las laderas de las montañas cercanas podíamos observar cómo las nubes (niebla, prácticamente), iban perdiendo altura, adentrándose en el valle a una velocidad alarmante.
Los responsables de la excursión volvieron a acertar de pleno y decidieron que lo mejor era no proseguir con la ruta y regresar a Almería, algo que todos secundamos debido al evidente peligro de encontrarnos en una situación mucho más complicada de insistir en avanzar.
Desandamos nuestros pasos (por segunda vez), pero, al llegar al aparcamiento, nos agrupamos de nuevo y decidimos acercarnos al restaurante a tomar algo.



Qué equivocado estaba al pensar que el restaurante estaba cerrado... ¡El comedor estaba a reventar!
Y aquí llegamos nosotros, una veintena de jóvenes con ganas de calentarnos junto al fuego y, en mi caso, de disfrutar de una buena tapa de carne con tomate (¡MMMMMMM!).
Aparece de la nada y comienza a sonar una cachimba.
El ritmo de la música, la charla animada... El bullicio reina en la zona en la que nos sentamos a descansar y secarnos un poquito.
Tal vez, pensé, sea sólo por este momento que haya merecido la pena empaparse hasta el tuétano un lluvioso sábado por la mañana.



Resumiendo, fue una salida que, a pesar del mal tiempo, sirvió a tod@s para disfrutar de un buen día en el campo, conociendo gente nueva y pasándolo estupendamente.

Podeís encontrar un vídeo de la salida en el siguiente link:
http://www.youtube.com/watch?v=CtBreJjF7Aw
Saludos y... ¡nos vemos por los caminos!
La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein