viernes, 16 de abril de 2010

GRANADA - ALMERÍA (2ª Parte)

Día 3
Pitres – Trevélez – Cádiar – Válor –Laroles

Tras desayunar y poner a punto las bicis, salimos de Pitres en dirección a Trevélez sobre las nueve y media de la mañana.
Debíamos recuperar la altitud perdida el día anterior, por lo que, de nuevo, sería un día lleno de duros desniveles.

Hiedras sobre un árbol.
Al poco de comenzar a rodar, tras las suaves bajadas de Pórtugos, empecé a olvidarme de lo exigente del trazado y me dediqué a disfrutar del paisaje, de las impresionantes vistas de los valles de más abajo, de los sonidos del campo y de los olores que inundaban el ambiente. Sobre nosotros, de los neveros de nieve y de las cumbres heladas brotaban infinidad de torrentes.
Las subidas, aunque constantes, no eran tan exigentes como las del día anterior. Curro, con su increíble ritmo, se convirtió en una especie de referencia a lo lejos, un mero puntito sobre el asfalto.

Estando en pleno éxtasis paisajístico, el cambio comenzó a darme la lata. No había manera de que cambiara al plato más pequeño, por lo que me vi obligado a detenerme y arreglar el problema.
Durante la parada, apareció por la carretera un hombre mayor a lomos de una bicicleta de carretera con los mismos años que yo. Un leve saludo y lo vi alejarse al tiempo que yo comenzaba, de nuevo, a pedalear.
Al poco tiempo, pude verle parado a un lado de la carretera. El hombre estaba mirando el suelo y, de vez en cuando, se agachaba para recoger algo (¿castañas? Las cunetas estaban llenas de ellas, aún en su recubrimiento espinoso).
Le superé cuando volvía a montarse sobre su máquina. De nuevo, un educado saludo y comencé a alejarme de él… O eso creía yo hasta que escuché cómo se acercaba rodando a un ritmo más que alegre. Miré hacia atrás justo a tiempo para ver cómo aquél hombre llegaba a mi altura.
- A Trevélez, ¿no? – me preguntó.
- Sí.
- Vais todos al mismo lado –aseguró.- Bueno, pues ánimo y con tranquilidad.
Acto seguido, cambió de plato y, en menos de doscientos metros, le perdí el rastro.

Trevélez.

Llegué a Trevélez, donde me reuní con Curro, que estaba llenando sus bidones en una fuente. Yo le imité y, a continuación, nos dimos una vuelta por el pueblo para buscar una tienda donde comprar unas cosas.
Cabe recordar que Trevélez es el pueblo más alto de Europa, aunque, hablando en términos puramente cicloturísticos, es más famoso por sus jamones, cuyos secaderos están presentes en varios puntos de la localidad. Curro sugirió la posibilidad de llevarnos uno “para la familia”, pero decliné la idea porque, en tal caso, no llevaría a Almería mas que las pezuñas del susodicho (deliciosos bocadillos que nos hubiéramos metido en el cuerpo en tal caso).

Una vez abandonamos Trevélez (dejando atrás sus estupendas tentaciones culinarias), escalamos una corta subida para llegar a una elevación desde la que podíamos divisar a un lado Sierra Nevada, que comenzábamos a dejar atrás, y al otro los terrenos menos boscosos que nos conducirían hacia Cádiar. Era una especie de frontera no definida entre la alta montaña, con su frondosa vegetación, y el llano, casi desprovisto de cualquier elemento vivo de color verde.

Paisaje a un lado...
... y al otro.

El camino a Cádiar se me hizo bastante corto, pero entretenido, con divertidas y excitantes bajadas a gran velocidad y algún terreno llano desde el que disfrutaba del paisaje que me rodeaba.
Llegamos al pueblo sobre las dos del mediodía y, aunque compramos algo de comida, decidimos parar a comer más adelante, por lo que continuamos hasta Juviles, a donde llegamos sin ninguna dificultad.
Pero Juviles nos hizo enfrentarnos a la prueba más dura del día; un camino estrecho, rocoso y complicado que parecía destinado más a una bicicleta de descenso que a una rutera. El avance se hizo dolorosamente lento. Doloroso porque, mientras empujaba la bici para avanzar, me resbalé y mi rodilla derecha impactó de lleno contra el saliente de una roca. No manó sangre y sólo me hice un rasguño, pero el dolor del golpe me acompañó durante horas (y me preocupó bastante ya que es mi rodilla “mala”, que me ha dado más de un quebradero de cabeza).

El camino entre rocas de Juviles.

Tras superar aquél escollo, continuamos pedaleando hasta llegar a un olivar a la entrada del pequeño pueblo de Yátor, donde nos paramos a comer, ya que nuestros cuerpos pedían alimento y algo de descanso a gritos. Bocadillos y una pequeña siesta tirados sobre el suelo fueron suficientes para cargar las pilas y volver a dar pedales.

A la salida de Yátor, variamos un poco la ruta para no encontrarnos con desprendimientos de tierra… ¡y nos encontramos con desprendimientos de tierra! Pero ya veníamos avisados al respecto, por lo que sólo teníamos que limitarnos a cruzar los montones de tierra y los cortados que nos encontrábamos al paso empujando las bicis.
Llegamos a la curiosa ermita de Montenegro, donde llenamos nuestros bidones de una fuente que brotaba de uno de sus muros y, tras la pertinente sesión fotográfica, vuelta a rodar, pasando por la localidad de Yegen.

Desprendimiento cerca de Montenegro.

Seguimos la ruta disfrutando de algunos puntos muy interesantes, como el pueblo de Válor, la patria de Abén Humeya, el último rey de La Alpujarra, con su milenario puente romano.
A esta localidad llegamos por carretera ya que el rutómetro era algo confuso y decidimos que lo mejor era saltarnos esa parte (apenas unos cientos de metros) para evitar perdernos.

Una serie de suaves subidas nos llevaron hasta Nechite, un pueblo bien bonito y curioso, en cuyas estrechas y blancas calles perdí el rastro de Curro, el cual recuperé gracias a las indicaciones de una simpática camarera.

A un lado del sendero de tierra que estábamos siguiendo, pastaban dos hermosos caballos que apenas nos prestaron atención mientras los fotografiábamos.
Bajamos hacia un valle por un camino de piedras… y, ¡sorpresa!, nos encontramos con que alguna crecida del río se ha llevado por delante el pequeño puente que teníamos que cruzar.
No había manera posible de vadear el río con seguridad, ya que la corriente era bastante fuerte, por lo que, resignados, tuvimos que volver sobre nuestros pasos (cruzándonos, de nuevo, con los caballos que seguían a lo suyo.
Pensamos en las diferentes opciones que teníamos para continuar la ruta y apostamos por llegar a Válor por asfalto. La noche se nos estaba echando encima y no podíamos perder más tiempo.

Colega, ¿dónde está nuestro puente?

La subida hacia Mairena se me antojó inacabable ya que las molestias en la rodilla comenzaron a aumentar hasta que cada pedalada con mi pierna derecha se convirtió en una tortura. Curro había desaparecido de mi vista hacía un buen rato avanzando a un ritmo que no fui capaz de seguir y el frío comenzó a notarse de veras, pero aun así, seguí dando pedaladas.

Una vez superados Mairena y Júbar, Laroles apareció en la lejanía. Antes de llegar, tuve un pequeño descanso para mis piernas en forma de una suave bajada para, a continuación, afrontar una intensa subida que continuaba por el mismo pueblo.

Laroles con su única nube.


Laroles es el último pueblo de Granada por el que pasaríamos. Estaba a un paso de Almería, mi tierra, y eso me hizo sentir cierta alegría.
Me detuve en una tienda para comprar algunas cosas con las que prepararme la cena más adelante. Imaginaba que Curro estaría ya en el camping que, según los indicadores, se encontraba a trescientos metros más arriba.
A la salida de Laroles, una señal rezaba “PUERTO DE LA RAGUA. ALTITUD 1990”.
Justo cuando comenzaba a pedalear de nuevo tras fotografiar dicha señal, Curro apareció descendiendo por la carretera y anunció que el camping (que, en realidad, se encontraba a más de un kilómetro de distancia) estaba cerrado, por lo que, de nuevo, tuvimos que volver a improvisar para buscar un lugar donde pasar la noche.

Puerto de la Ragua. Ya iba quedando menos...

Una vez encontramos alojamiento, desmontamos las alforjas de nuestras bicis y, entonces, vi que la bolsa del manillar tenía un enorme agujero en el lateral (gracias a Dios, no perdí nada), por lo que tuve que deshacerme de ella y reorganizar su contenido en las demás bolsas.
Curro salió a cenar en un bar cercano, pero yo me quedé en la espaciosa habitación, comiéndome un par de bocadillos y dándole un más que merecido descanso a mi rodilla y a todo mi cuerpo.
La jornada siguiente se presentaba dura y bien merecía reservar energías…

Resumen Día 3
Distancia: 71’5 Km
Tiempo total: 6h 37m
Velocidad media: 10’79 km/h
Velocidad máxima: 73 km/h


Día 4
Laroles – Láujar de Andarax – Instinción

Al levantarme por la mañana, percibí que la rodilla, aunque bastante mejor, estaba lejos de estar perfecta. Aun así, me sentía lleno de optimismo. ¡Almería estaba a la vuelta de la esquina!

Los dependientes del lugar donde pasamos la noche parecían no querer dejarnos marchar, porque nos sirvieron un desayuno que perfectamente nos hubiera servido de comida y cena. La mesa estaba abarrotada de tostadas, frutas, galletas… Un festín, vamos.
También, conocimos a un grupo de ciclistas que estaban recorriendo la misma ruta, pero en sentido contrario (la de cuestas que iban a sufrir).

Una vez en marcha, nuestro primer destino era Bayárcal, ya en tierras almerienses. Para llegar allí, tuvimos que subir durante kilómetros y kilómetros sin apenas descanso.
Durante aquéllas primeras rampas, el dolor de mi rodilla fue en aumento, hasta el punto de que pensé en abandonar… Pero comencé a animarme a mí mismo recordando los escollos que ya había superado. “Después de lo que he pasado para llegar aquí, éstas montañas no me vencen, por mis cojones que no.”

Una vez superé las primeras subidas… tuve que luchar contra el fuerte viento lateral que soplaba en la zona.
Tras una bajada que no fue tal debido a la fuerza del aire, me enfrenté con la que, sin duda, fue la parte más difícil del día, una ascensión en zigzag por una ladera en la que el viento soplaba con unas rachas terriblemente fuertes.
Tal es así que, en plena subida, una de éstas me tiró al suelo, golpeándome la rodilla derecha por segunda vez.
Me detuve un momento para soltarle toda clase insultos al dios Eolo, que me tenía un poco hasta ciertas partes, y continué la marcha una vez me cercioré de que todo marchaba (más o menos) bien.

El viento soplando en Sierra Nevada. Lo que parecen ser nubes en realidad son partículas de nieve desprendidas por las rachas de viento.

Cruzamos Bayárcal, el primer pueblo de la provincia de Almería que nos encontramos, también, de forma ascendente, después de lo cual, se suceden un par de repechos de menor entidad, pero rodeados de pinares y de alguna que otra corriente de agua.

Ya en la provincia de Almería el paisaje no dejaba de ser espectacular.

A continuación, comenzamos una nueva subida, aunque no tan dura como las anteriores, en busca de Paterna del Río.
El ritmo, a pesar del dolor, era bueno y conseguía mantenerme a poca distancia de Curro.
Tras una divertida bajada a toda velocidad por una pista entre pinares, llegamos a Guarros, cuyo puente había sido destruido por una riada, aunque pudimos pasarlo sin mojarnos los pies. Volvimos a recuperar cota para, después, perderla en una divertida bajada hacia Láujar de Andarax.

Viñedos en Láujar de Andarax.

Durante siglos, Láujar de Andarax vivió de la uva. Más bien, una mitad de Almería vivía de ello mientras la otra mitad se dedicaba a la minería. Pero ambas actividades tenían el mismo punto de salida: Almería.
Hace poco más de un siglo, hectáreas de viñedos cubrían el paisaje. Una vez recolectada, la uva se metía dentro de unos barriles que eran transportados por barco por el río Andarax hacia la capital, desde donde, conservada en barriles de madera, era llevada al Reino Unido y otros países europeos.
La recolección de la uva era el eje central de cientos de negocios que, de un modo u otro, estaban relacionados con su procesamiento (yo mismo trabajo en lo que en aquélla época era una fábrica de barriles para su transporte).
A finales del siglo XIX, una plaga de filoxera atacó los viñedos y la zona nunca pudo recuperar su máximo esplendor, del cual existen vestigios en forma de impresionantes casas señoriales.
Actualmente, Láujar de Andarax produce a mediana escala unos caldos de excepcional calidad, de los cuales cabe resaltar su vino blanco.

Curro y yo no pudimos deleitarnos con dichas bebidas (en mi caso, porque no bebo alcohol), pero sí con las estupendas construcciones que adornan la localidad. También, nos detuvimos a comprar algo para comer más tarde y darle un poco de aire a mi rueda trasera, que parecía algo desinflada.

Una vez en movimiento, seguimos descendiendo gradualmente, con alguna que otra rampa sin dificultad.
A estas alturas, mi rodilla se había estabilizado; aunque seguía con molestias, el dolor no era tan exagerado como por la mañana temprano. Además, el viento había dejado de soplar hacía unas horas.
Pasamos Fondón, cuyas dos iglesias, una junto a la otra, levantaron mi curiosidad (¿Por qué dos edificios tan grandes, parecidos y con el mismo fin en un pueblo tan pequeño?).

Las vistas tras pasar Fondón.

Fue a las afueras de esta población donde nos paramos a comer y descansar.
A lo lejos, podíamos ver las cumbres heladas de Sierra Nevada… Y, a la vista de aquélla imagen, me di cuenta de que habíamos cruzado La Alpujarra. Me invadió la sensación de que ya estaba todo hecho. No teníamos más que limitarnos a llegar a Almería.

La ruta proseguía por un camino de tierra que, de cuando en cuando, tenía la dificultad añadida de algún gran charco o un pequeño barrizal.
Tras una serie de pequeñas subidas, comenzamos a ver Instinción. Más allá, el desierto se extendía durante kilómetros con un monótono color marrón de tonos claros.

Curro bordeando un charco.

Llegamos a Instinción a una buena hora para poder seguir un poco más y buscar un buen lugar donde plantar la tienda.
De repente, vuelvo a pinchar la rueda trasera. Es la tercera vez en cuatro días y el asunto comienza a mosquearme. Sólo había pinchado una vez en todas mis salidas anteriores.
Mientras esperamos a que se abra la única tienda del pueblo para comprar la cena, aprovecho para cambiar la cámara… y descubro que ésta, también, está tocada, por lo que me veo obligado a hacer uso de la última en buen estado que llevaba conmigo (las parcheadas no gozaban de mi confianza).

Una vez solucionado el problema, comenzamos una subida… y ¡volví a pinchar! El asunto dejaba de ser una anécdota para convertirse en un verdadero problema; estaba oscureciendo rápidamente y Curro, que había seguido ascendiendo, tuvo que volver para ver qué me ocurría, tras lo cual decidimos (gritándonos desde el extremo de un valle al otro) que él siguiera adelante y buscara un lugar donde acampar mientras yo arreglaba la rueda.
Al poco de comenzar, me di cuenta de que era algo inútil, por lo que, finalmente, me vi en la obligación de empujar la bici cuesta arriba a toda prisa ya que se había hecho de noche y no era cuestión de tropezarme con algún problema más (en forma animal o de barranco).

Llegué donde estaba esperándome Curro y, tras cenar, montamos la tienda de campaña y nos preparamos para dormir.
Antes de acostarme, mi cabeza era un hervidero. No tenía más cámaras nuevas y Curro sólo llevaba una consigo, y no era cuestión de ponérsela a mi rueda para que luego pinchase él, ya que, al día siguiente, tendríamos que encarar muchos kilómetros en ascensión por pistas de tierra en dirección a Énix.
Demasiados problemas para tan pocas soluciones…

Resumen Día 4
Distancia: 63’720 Km
Tiempo total: 5h 32m
Velocidad media: 11’39 km/h
Velocidad máxima: 49 km/h


Día 5
Instinción – Alhama de Almería – Almería

Tras despertarnos y recoger el campamento, me puse manos a la obra para arreglar el pinchazo de la tarde-noche anterior.
Mientras lo hacía, llegué a la triste conclusión de que lo más sensato era que yo siguiera por carretera. Así, al menos, minimizaría las posibilidades de volver a pinchar, ya que, de seguir ascendiendo, podría encontrarme en la tesitura de estar a kilómetros del pueblo más cercano y, aun así, eso no era garantía de que en ese pueblo vendieran parches.
Lleno de rabia, le comuniqué mi elección a Curro, que, entendiendo lo difícil que me había resultado llegar a ella, estuvo de acuerdo en que era lo mejor.
Así que, tras una breve despedida, comencé el descenso hacia la carretera mientras Curro comenzaba una dura subida que lo llevaría a ver Almería desde lo más alto.

Tras enlazar con la carretera, dirigí mis pedaladas hacia Íllar… pero ¡volví a sufrir pinchazo!
Había llegado al límite. Era obvio que tenía un problema grave y que, de no hacer nada, incluso estaría en duda llegar a Almería por la tarde. Así que, enrabietado, desmonté las alforjas y puse la bici con las ruedas mirando el cielo.
Desmonté la rueda por completo y comencé a examinar cada elemento, radios, cubierta… Todo parecía estar en orden. Finalmente, tras echar mano de una de las cámaras parcheadas y no obtener ningún éxito, hice lo único que podía hacer; autostop.

Hacía años que no elevaba el pulgar en una carretera, así que, tras el fracaso de los primeros coches, comencé a pensar que aquello era una inutilidad; ¿quién iba a querer cargar conmigo y, además, con una bicicleta? Demasiado espacio…, pero, para mi sorpresa, una furgoneta pequeña se paró en el arcén y de ella salió un hombre mayor que me preguntó qué problema tenía y, tras una breve explicación, se ofreció a acercarme hasta Alhama de Almería, donde conocía un taller donde podrían echarle un ojo a la rueda trasera. Metí la bici y las alforjas en la parte trasera del vehículo y emprendimos la marcha.
Durante el trayecto hasta Alhama, conversamos acerca de mi viaje y de las posibles causas de los malditos pinchazos.
Una vez en el pueblo, aquél hombre tan afable, no sólo me llevó al taller sino que, al ser buen amigo del mecánico, le urgió para que me repara el problema cuanto antes, como así hizo. En menos de quince minutos, estaba de vuelta en movimiento…, pero con una mezcla de sentimientos que abarcaban desde la rabia hasta la felicidad del simple hecho de estar de nuevo pedaleando sobre la bici y en camino hacia la capital almeriense.

Antes de salir de Alhama, pensé en la posibilidad de retroceder hacia un cruce que me conduciría hasta Énix, un pueblo por el que Curro tendría que pasar en su camino hacia Almería, para así volver a unirme a él, pero, tras sopesar los pros y las contras, decidí seguir por asfalto. No era lo más seguro, ya que se trata de una carretera que, en sus últimos kilómetros, tiene bastante tráfico, pero estaba obsesionado con la posibilidad de volver a pinchar (paranoias, normal después de pinchar más de 4 veces en menos de día y medio…).

Vista de las montañas de Instinción y Alhama desde la carretera.

Así pues, mientras avanzaba sobre el asfalto, podía admirar a mi derecha las elevaciones con las que hubiera tenido que enfrentarme de haber estado en condiciones (y por las que Curro estaría sudando la gota gorda en aquéllos momentos).
Me resigné a mi mala suerte y seguí por carretera, con un paisaje árido y desértico y con algún que otro grupo de invernaderos, algo que no se parecía ni por asomo a las impresionantes vistas que hubiera tenido de haber podido subir…
Poco a poco, los edificios comenzaron a ser una constante hasta que, finalmente, la carretera transcurría entre polígonos industriales. Al menos, no tenía que pedalear mucho, ya que la bajada era prácticamente constante, con algún que otro aburrido llaneo.

El mar de invernaderos comienza casi en las montañas.

Una vez crucé Huércal de Almería, me encontré con que estaba en la subida que me llevaba al centro de la ciudad: Había llegado a Almería.
La alegría del momento tuvo un sabor agridulce. Me lamentaba una y otra vez por mi mala pata, por no haber acabado el viaje como se merecía…
Entonces, comprendí que estaba cometiendo un gran error al no saber juzgar el esfuerzo que había hecho para llegar allí. Aquél horrible día no era sino el último de una estupenda aventura de cinco. Las otras cuatro jornadas habían sido espectaculares, duras, pero con una belleza que desbordaba el concepto de cualquier adjetivo.
Había disfrutado de la naturaleza, respirado aire puro, sufrido en las subidas y disfrutado como un niño en las bajadas, durmiendo en lugares donde nadie lo había hecho antes…, todo ello en buena compañía. Incluso todos los inconvenientes previos entraban a formar parte de la aventura.
Al hilo de estos pensamientos, volví a pedalear con más fuerza. Estaba en Almería. Había llegado a casa.

Resumen día 5
Distancia: 32’10 Km
Tiempo total: 2h 37m
Velocidad media: ?
Velocidad máxima: ?

4 comentarios:

  1. Os felicito por el viaje porque hay que ser medio Contador para meterle mano a la Alpujarra en bicicleta.

    Un saludo!

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  3. Jolin que putada lo de los pinchazos. Basta que se te incruste un pincho en la cubierta para joderte el viaje. Yo a la mia le he puesto de vez en cuando tiras de radiografía, pegadas a lo largo de la camara. Me han ido estupendamente. Una tarde entre el camino de retamar y el Cabo se me incrustó una pincha que gracias a eso no me jodio la salida.

    Saludso

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  4. Lo barato sale caro, como se suele decir.
    Finalmente, resultó que las cámaras que llevaba conmigo, y que había comprado unos días antes de salir, eran de una pésima calidad.
    Desde entonces, sólo compro cámaras de calidad.

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La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein