martes, 13 de abril de 2010

GRANADA - ALMERIA (1ª Parte)

Día 1
Granada -Nigüelas - Lanjarón

Apenas había dormido unas horas por culpa de los nervios de la salida y las últimas revisiones del material y de la bicicleta, pero me desperté a las seis. A las siete y media partí en dirección a Granada.

Ya desde el autobús, el paisaje que se veía ante mí era increíblemente bello; Granada envuelta por una niebla espesa y, alzándose desde la bruma, Sierra Nevada reinando desde las alturas.
Una vez llegado a la estación, y tras poner a punto bici y alforjas, decidí hacer un poco de turismo por la ciudad ya que Curro llegaría un par de horas más tarde.
El día, aunque soleado, era fresquito y, debido al comienzo de las vacaciones de Semana Santa, las calles de Granada eran un hervidero de gente.
No sé qué es lo que tiene aquélla ciudad que siempre me ha cautivado. Tal vez sea por la historia que se respira por cada una de sus calles o por la vitalidad que exhibe a diario. Recorrí algunos de sus lugares más emblemáticos, como la Catedral, con sus elaborados voladizos y su imponente estampa, el arco de Puerta Elvira, y la Basílica de San Juan de Dios.
Detalle de los voladizos de la catedral de Granada.
Mi burra junto a otra burra, en la Plaza de la Romanilla.

Volví a la estación de autobuses sobre las doce para reunirme con Curro.
Siempre había pensado que era murcianico, pero me equivocaba. “Soy del norte; del norte de Cádiz”, me corrigió sonriendo.
Ambos aprovechamos los últimos minutos antes de la partida para hacer los últimos ajustes. Yo me coloqué un maillot de manga larga y revisé el equipaje por última vez.
Una vez estuvo todo listo, salimos de la antigua capital del reino nazarí a lomos de nuestras monturas de acero en dirección a Nigüelas.

Los primeros kilómetros, aunque por asfalto, no eran para nada monótonos. A nuestra izquierda podíamos ver las impresionantes moles de roca y nieve que se alzaban sobre el paisaje llano. El pensamiento de que nosotros tendríamos que superar aquéllas montañas para llegar a La Alpujarra rondaba por mi cabeza continuamente.
Efectuamos nuestra primera parada a un lado de la carretera nacional N323a, la cual tendríamos que seguir hasta Nigüelas. Las primeras fotografías no podían tener mejor objetivo: Almendros en flor en un primer plano con las nevadas cumbres de Sierra Nevada de fondo.

Nigüelas es un pueblo encantador situado en las faldas de una montaña. Es de reseñar su iglesia, con un estilo y planta parecidos al de las demás construcciones religiosas que nos iríamos encontrando por el camino, algo que me llamó la atención y en lo que no había reparado la primera vez que rodé por la zona.
Curro sonriendo a la entrada de Nigüelas. El pobre no sabía lo que le esperaba...

Fue en la plaza de este edificio donde aprovechamos para recargar los bidones de agua y donde se nos acercó un niño que, como señaló Curro, era un auténtico rutómetro viviente.
A la salida de la población, pasamos un puente sobre el turbulento río Genil. Las aguas, que nacen del deshielo en las altas cumbres, bajaban horriblemente sucias, dejando atrás cualquier signo de blancura de cuando eran nieves en lo alto de las montañas.
Nada más pasar este punto, se alzaba ante nosotros la primera prueba de nuestra travesía; una subida de cuatro kilómetros.
Estaba claro desde un principio que llegar a la cima no iba a ser nada fácil. Las ruedas derrapaban continuamente y los neumáticos apenas conseguían agarre. De vez en cuando, algún que otro sobresalto por un caballito sobre la rueda trasera al intentar pedalear.
Finalmente, Curro y yo nos vimos forzados a realizar parte de la pendiente empujando nuestras máquinas.
Hubo momentos en los que dudé si tanto sufrimiento valdría la pena… Pero yo ya conocía la respuesta de antemano. Estábamos en el lugar más bello del mundo, que, a buen seguro, nos deleitaría con su belleza y tesoros naturales, y más en un día soleado y caluroso como aquél.
Y así fue; las espectaculares vistas del Valle del Lecrín me dejaron boquiabierto. Allá abajo, Nigüelas parecía una pequeña maqueta dispuesta sobre una alfombra multicolor.

Nigüelas visto desde la cima de la subida.

Reanudamos la marcha tras disfrutar y fotografiar el paisaje que se extendía a nuestros pies.
El placer de rodar a buen ritmo aumenta con la sucesión de subidas y bajadas entre pinares. El agua corría por todas partes en forma de pequeños manantiales, arroyos y espectaculares cascadas rodeadas por una vegetación exuberante. Uno de los riachuelos que tuvimos que vadear nos hizo mojarnos los pies.

Yo, con cara de no haber sufrido demasiado... todavía.

En un momento dado, divisamos una mancha de color blanco en el fondo del valle; Lanjarón.
Comenzamos una divertidísima bajada, pero, al poco tiempo, sufrí un pinchazo que me hizo quedar atrás. Mientras lo arreglo, aparece Curro que ha venido en mi busca al ver que no le seguía. De vuelta a dar pedales, proseguimos el rápido descenso en busca del pueblo, famosos por los múltiples beneficios de sus aguas.

De camino a Lanjarón.

Das una patada en el suelo y sale el agua a chorros.

Lanjarón es un pueblo dedicado casi por completo al turismo, a pesar de lo cual, conserva gran parte de su encanto.
Compramos algo de comer y llenamos, de nuevo, nuestros bidones en una fuente de la que manaba agua fresca y pura de las entrañas de la tierra.
Está anocheciendo rápidamente, así que Curro y yo decidimos seguir el rutómetro un poco más y buscar un lugar donde instalar la tienda de campaña.
Una vez superada una subida algo severa (un mero aviso de lo que nos encontraríamos al día siguiente), nos instalamos en una era de olivos, parapetados tras una gran roca y ocultos (no muy eficientemente) entre los árboles.

Tras montar el campamento, cené un poco y, tras poner en orden mis bártulos, me metí rápidamente dentro de la tienda de campaña. La noche era fría. Podía oír perros ladrando en la lejanía y el rumor de una cercana corriente de agua. Por lo demás, todo era silencio.
Me acurruqué dentro de mi saco de dormir y me dispuse a recuperar energías para el día siguiente.

Resumen Día 1
Distancia: 58 Km
Tiempo total: 4h 33m
Velocidad media: 12’7 km/h
Velocidad máxima: 49 km/h


Día 2
Lanjarón - Pampaneira - Bubión - Capileira - Pórtugos - Pitres

La etapa más dura del viaje.
Fallamos para llegar hasta Trevélez, nuestro primer objetivo, por un error a causa del cambio de hora del sábado por la noche. Pensábamos que salíamos a las 9:10 cuando, en realidad, eran las 10’10. Un error pequeño, pero que, a la postre, marcó el desarrollo del día.

Lanjarón.

Tras desayunar y desmontar el campamento, salimos a buen ritmo de nuestro escondrijo cerca de Lanjarón, y comenzamos el día ascendiendo una pista no muy complicada.
El día se presentaba tan espectacular como el anterior, con sol y temperaturas agradables.
Al poco de dejar Lanjarón atrás, divisamos en una montaña la población de Cañas, a la cual no entraríamos, ya que así lo indicaba el rutómetro. A lo lejos, también, divisamos Órgiva, lo que me indica que estamos cerca del Valle del Poqueira.

Desde las alturas, se acentúa la sensación de que Órgiva es un pueblo muy coqueto, todo rodeado de verde y bordeado por un río.

Poco a poco, empezamos los dieciséis kilómetros de subida que nos esperaban para alegrarnos el día. Los pinos comenzaron a ser parte del paisaje a medida que avanzábamos. Más allá, arriba, las cumbres nevadas de Sierra Nevada se nos antojan inalcanzables.
El camino que seguimos es bien curioso. Comienza siendo un camino rural de tierra, luego hay un tramo asfaltado no hace mucho y, de nuevo, tierra y polvo.
A medida que pasan las horas, comencé a no encontrar un buen ritmo sobre la bici, mientras Curro ascendía como un cohete, por lo que, de vez en cuando, se detiene a esperarme. En una de ésas paradas para que le alcance, en torno al mediodía, comimos algo para llenar el depósito y seguir adelante.
En un momento dado, cruzamos un silencioso bosque de árboles muertos y ennegrecidos, huellas evidentes de un incendio no muy lejano en el tiempo. Aun así, aquí y allá surgen manantiales de agua como si nada hubiera pasado.

El bosque quemado con Sierra Nevada al fondo.

Al cabo de un rato, la subida se tornó en una nueva y emocionante bajada a toda velocidad por los montes… Tal era la cantidad de adrenalina que corría por nuestras venas que nos olvidamos de mirar el rutómetro y tuvimos que volver a desandar un pequeño tramo para volver a la ruta.
Una vez subsanado el error de orientación y tras seguir las indicaciones de un agricultor, nos encontramos con que el camino a seguir es un camino estrecho y no muy de fiar, donde el avance se antojó más lento de lo que en realidad fue. Pero era cuestión de elegir entre ir rápido, tropezar y despeñarse o ir lento y salir de una pieza.
Mientras nos abríamos camino a paso de tortuga por una ladera, en la ladera de una montaña imponente, vimos lo que nos esperaba a continuación; otra subida en un paisaje idílico en el que aparecían, incrustados sobre la roca como tres neveros blancos, Pampaneira, Bubión y Capileira.
Nos reincorporamos de nuevo a la civilización en forma de una carretera asfaltada, empinada y dura, hasta llegar a Pampaneira, donde paramos para comer algo.

De abajo a arriba, Pampaneira, Bubión y Capileira.

Tras saciarnos hasta reventar con la gastronomía alpujarreña (¡Viva el colesterol!), volvimos a ponernos en camino.
Dejamos atrás Bubión y, tras pasar Capileira y tomar la bajada hacia el área recreativa de Pórtugos, decidimos acelerar el paso para llegar a Trevélez antes del anochecer.
Para entonces, se nos estaba haciendo evidente que los tiempos no nos cuadraban. Poco después, fuimos totalmente conscientes del error cometido; había salido una hora tarde.
A pesar de todo, el ritmo era muy bueno… hasta que volví a pinchar. La oportunidad de llegar hasta Trevélez acababa de llegar a su fin. Curro llegó a la conclusión de que la mejor opción era bajar hasta Pórtugos, que podíamos divisar desde arriba, y continuar hacia Pitres, donde, según señalaban nuestras guías, existía un camping. Yo estaba de acuerdo con él ya que la noche estaba cayendo rápidamente sobre nosotros.
En nuestro descenso, nos cruzamos con unas cuantas vacas que pastaban sin mucho entusiasmo mientras Curro las fotografiaba… y recordé una noticia que había leído el día antes de mi partida: Hay más ataques de vacas que de toros bravos. Viendo a Curro tan próximo a aquéllos animales no era un buen momento para recordar dicha estadística…
En Pórtugos, volvimos a equivocarnos y lo que había sido una excitante bajada por asfalto, se convirtió en la penúltima tortura del día ya que uno no estaba para muchas esfuerzos a esas alturas.

Pinares y nieve antes de tomar el desvío hacia el área recreativa de Pórtugos.

Justo cuando encontramos la entrada del camping, a las afuera de Pitres, eché un vistazo a la hora que marcaba mi cuentakilómetros; las 9:01.
Me bajé de la bici y llamé a la puerta de la recepción, en la que podía leerse el horario; cerraba a las nueve de la tarde. “No creo que nos puteen por un par de minutos”, pensé al escuchar ruido dentro del local.
De repente, una mujer abrió la puerta y, sin darnos casi tiempo a decir nada, exclamó:
- ¡Está cerrado! ¡Se cierra a las nueve!
Y volvió a cerrar la puerta, eso sí, aconsejándonos antes un hotel…
Curro y yo nos quedamos sorprendidos ante lo que nos acababa de suceder, pero teníamos que movernos rápido si queríamos dormir sobre un techo y poder ducharnos.
Volvimos al pueblo, donde, finalmente, encontramos alojamiento para nosotros y nuestras monturas.

Tras cenar de forma civilizada, me duché para quitarme de la piel de aquélla masa compuesta por polvo del camino, piedrecitas y algún que otro bicho alpujarreño. Un día más con eso encima y me hubiera convertido en una especie de yeti, pero con suciedad en lugar de pelo.

Resumen Día 2
Distancia: 61’610 Km
Tiempo total: 6h 30m
Velocidad media: 9’46 km/h
Velocidad máxima: 49’55 km/h

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Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein