jueves, 11 de marzo de 2010

PREGUNTAS INCÓMODAS ANTES DE UN VIAJE

Estamos en la era de la racionalización. Todo ha de ser estudiado, explicado, entendido y, en muchos casos, utilizado por todos.
Así que cuando alguien plantea algo que, al parecer de muchos, no tiene sentido o utilidad, le asedian con preguntas (muchas de ellas incómodas y/o irrespetuosas) hasta la extenuación.
Es lo que me ocurre cada vez que anuncio alguno de mis viajes a las personas de mi alrededor, a excepción de mi familia, la cual comprende mi forma de ser y las motivaciones que me llevan a planear y llevar a cabo semejantes rutas. Son mis familiares los únicos que entienden mi pasión por la Naturaleza, del irrefrenable impulso que me empuja a perderme por parajes y lugares que apenas ven a nadie en el transcurso de años. Me pierdo en esos paisajes y vuelvo para intentar compartir la belleza de éstos con los demás, para que ellos también vayan y experimenten esa hermosura por sí mismos.

Así que, una vez que expongo mi proyecto a mis amigos y conocidos, me preparo para la lluvia de críticas y preguntas que tendré que soportar durante las semanas anteriores a mi partida.
Me he resignado a la idea de que, por muchas veces que explique cada detalle acerca de la ruta, casi nadie se dará cuenta de que, si he decidido llevarla a cabo es porque tiene algún significado para mí. No se detienen a pensar en eso.

Andando o pedaleando, cada viaje y cada ruta suponen una vuelta a mis orígenes, a cuando uno iba a las montañas con sus amigos en pequeñas excursiones para explorar cuevas, bañarse en charcas o pasar la noche al raso, cautivado por los millones de estrellas que titilaban allá arriba.

Las montañas que hay frente a mi casa.

Llevo tres años viviendo en una ciudad y, a pesar de las comodidades y de la gente excepcional que he conocido aquí, añoro el pueblo y sus alrededores. En mi barrio, puedes dejar atrás todo contacto humano en apenas dos minutos. Tan pronto cruzas la carretera, puedes perderte por cuantos cerros y valles quieras durante horas. Es lo que solía hacer cuando sacaba a pasear al perro; metía un bocadillo y una botella de agua dentro de una mochila y, simplemente, caminaba hacia las colinas de pendientes suaves, prados semidesérticos y frescos valles de cuyas rocas nacen pequeños manantiales.
Lo bueno que tiene Almería es que, cogiendo un autobús, te puedes plantar en mitad de la nada en menos de una hora. Mar o montaña. En este sentido, es una ciudad que aún conserva unas sutiles conexiones con el medio que la rodea.

Arboleas en una tarde tormentosa.

Ahora, años después mis aventuras infantiles, en estos viajes persigo los mismos objetivos; recrearme y divertirme, a la vez que descubro nuevos lugares y conozco nuevas gentes y costumbres. Irónicamente, esto sí me es de utilidad, pues me ayuda a comprender mejor las diferencias y similitudes que tenemos unas comunidades con otras.
Andando o pedaleando, el mundo ha dispuesto infinidad de lugares para que sean descubiertos y disfrutados (de forma responsable y respetuosa) por todos nosotros. Lo único que tienes que hacer es ir a esos lugares para que la vitalidad que fluye por ellos se convierta en parte de ti al recorrerlos.

Perdón por el ladrillo, pero es algo que le ocurre a todos los viajeros (las odiosas preguntas de los ignorantes) y creo que merecía la pena compartirlo con vosotros para que reflexionárais. Lo más curioso, es que he comenzado escribiéndolo enfadado porque ando ya un poco harto de las preguntas (demasiado irrespetuosas en algunos casos) de los curiosos de turno, pero, cuanto más rememoraba mis viajes anteriores, iba desapareciendo la rabia que tenía acumulada...

Posdata: Si os ha gustado este momento chill out, os recomiendo esta obra de arte, Ashes and Snow, de Gregory Colbert. Para que siga el buen rollo.

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La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein