viernes, 15 de octubre de 2010

DANDO SEÑALES DE VIDA

Buenas a tod@s,

Siento mucho esta pausa taaaaaan larga, pero es que entre los estudios y el trabajo, apenas tengo tiempo para actualizar el blog, pero me he propuesto postear al menos una vez por semana.

En fin, tengo varias cosas pendientes que contaros, entre ellas alguna que otra escapada por el Cabo de Gata y el desierto de Tabernas, así como mi segundo viaje este año por La Alpujarra, del cual estoy ultimando un "documental" para poneros los dientes bien largos.

El estrés me tiene de los nervios, pero, aún así, he podido hacer algunas salidas a ésos lugares de los que tanto os he hablado aquí, lugares donde uno intenta fundirse con la naturaleza... y lo consigue, olvidándose de todos los problemas por un tiempo y regresando a la "civilización" con las pilas cargadas a tope.

Antes de irme, me gustaría contaros una experiencia que me impactó hace poco y de la que guardo un grato recuerdo:

Cuando me dirigía a casa en mi bici tras haber concluído mi jornada de trabajo, me encontré con un chico que, con su bici cargada de alforjas y bolsas, estaba sentado mirando unos mapas.
Por curiosidad, me acerqué a él por si necesitaba algo de ayuda.
El joven tenía la piel quemada y curtida por el sol, y su forma de hablar era viva y llena de emoción. Me contó que había partido hacía ya meses de Holanda con rumba a España, tras lo cual cruzó el Estrecho y se plantó en Marruecos. Su intención era seguir la costa Mediterránea de África, pero las malas noticias que le llegaban de Argelia y Libia, unido a la desconfianza que le habían inspirado algunas zonas en Marruecos, le hacían dudar, así que había vuelto al otro lado para decidir qué hacer.
Le comenté que, según mi opinión, no debería seguir esa ruta, y menos a regiones tan complicadas como aquéllas, que intentara llegar a Egipto, por ejemplo, donde la situación parecía más estable.
Tras esto, me preguntó por algún lugar donde plantar su tienda y si existía alguna fuente cercana. Le dije que conocía un sitio perfecto a la salida de Almería y que yo mismo le podía dar algo de agua.
Mientras íbamos de camino, me explicó que había vivido algunas semanas en varios lugares y que estaba buscando algún "pueblo verde" para instarlarse durante el invierno. Además, creía en el karma y en que todo lo malo trae algo bueno y viceversa.
Una vez en mi casa, llenamos sus bidones y otras cuatro o cinco botellas de agua, además de regalarle una tableta de chocolate blanco.
Él no paraba de agradecerme que lo tratase tan bien (¿?) y que, algún día, mis buenas acciones se verían recompensadas.
Cuando nos despedíamos, caí en la cuenta de que no sabía su nombre ni él el suyo. Entonces, saqué la mano para estrechársela y él, con un gesto amable, declinó mi oferta y dijo que no hacía falta saber nuestros nombres, que haber compartido un rato tan entretenido era mejor que saber un dato tan inocuo para las relaciones personales.
Entendí perfectamente lo que quiso decirme.
El joven partió, perdiéndose rápidamente entre la multitud que paseaba a esas horas por el paseo marítimo.

Nos vemos pronto por aquí.
¡A darle a los pedales!

1 comentario:

La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein