miércoles, 12 de mayo de 2010

MUERTE DE UN ALPINISTA

Qué fácil resulta para algunas personas hablar mal y verter críticas acerca de situaciones y materias que desconoce.
Los comentarios que se podían leer en Internet sobre las noticias del fallido rescate y posterior fallecimiento del alpinista español Tolo Calafat son el ejemplo perfecto de ello.
A cada día que pasaba y la situación se iba tornando más crítica, mayor era mi indignación por algunos de aquéllos comentarios. Se escribían auténticos disparates (“a 8000 metros cualquiera piensa como al nivel del mar” ó “que envíen unos bomberos especializados”), producto del desconocimiento, generalizado, acerca del alpinismo. Había quienes, incluso, se lo tomaban a cachondeo y a risa.

Aún más lamentables fueron las declaraciones de Juanito Oiarzabal contra Eu-Sun Oh y los sherpas de ésta.
Cabe recordar que la surcoreana acababa de batir a Edurne Pasabán, compañera de Juanito en varias expediciones, en la carrera por ser la primera mujer en conquistas los catorce ocho miles.
Y digo “acababa” literalmente. Había llegado al campo base hacía unas horas.

Para quienes no hayan seguido la historia, la resumo brevemente:
El 27 de abril, tras hacer cima en el Annapurna (8091 m.), Tolo Calafat, Juanito Oiarzabal y Carlos Pauner comienzan un largo y complicado descenso.

Mientras que Juanito y Carlos llevan un buen ritmo, Tolo se encuentra cada vez más débil hasta que avisa por radio de que “ha perdido la huella”, es decir, cualquier rastro que indicara la dirección que habían tomado sus dos compañeros, y que ha decidido parar a descansar. Está a 7585 metros y le acompaña un sherpa, Sonam.

El Annapurna, una bestia de 8.091 metros.

Llega la noche y Tolo sigue sin ponerse en marcha. En el campamento base, Juanito y Carlos intentan convencerle de que se ponga en pie y comience a moverse, a lo que Tolo responde que no puede pues se encuentra demasiado débil y pide que le envíen ayuda. En mitad de aquélla fatídica primera noche, Sonam desciende al campo base y el mallorquín se queda completamente solo en la montaña.
Mientras tanto, el campo base, adonde Juanito y Carlos llegaron en helicóptero desde el Campo 4, es un hervidero de actividad. Todo el mundo está dispuesto a colaborar en una misión de rescate. Nada más bajar del transporte aéreo, Juanito comienza a bramar contra la surcoreana y su equipo ya que, según su versión, había ofrecido una cantidad de dinero a los sherpas de la expedición de Eu-Sun Oh a cambio de que subieran a buscar a Tolo, pero éstos no aceptaron la propuesta porque aún estaban cansados del día anterior.
Entre tanto, Pauner pide a otro sherpa, Dawa, que suba e intente encontrar a Tolo. El valiente porteador acepta y se enfrenta a una ascensión de más de diez horas en mitad de una ventisca, alcanzando los 7900 metros, pero sin encontrar ni rastro del alpinista español. La esperanza se va apagando hasta que, finalmente, los equipos de rescate vuelven al campo base dando por muerto al alpinista mallorquín.
Pero el asunto sigue candente, pues Oiarzabal, antes y después de su regreso a España, se pasa horas en los medios de comunicación despotricando contra el equipo surcoreano. A la historia del alpinismo patrio pasarán frases como: “Si veo a la coreana le arranco la cabeza” y: “Teniendo cinco millones de presupuesto no han puesto ni un puto metro de cuerda.”


Al mismo tiempo, los expertos del mundo del alpinismo comienzan a cuestionarse puntos clave de la expedición: ¿Por qué no abortaron la ascensión conociendo que llegarían a la cima demasiado tarde? ¿Por qué se quedó un sherpa junto a Tolo, y no alguno de sus compañeros? ¿Cómo es posible que no se dieran cuenta de las dificultades del mallorquín durante el descenso?
Demasiados interrogantes y pocos protagonistas dispuestos a hablar honestamente. Lo único seguro es que, por desgracia, Tolo se ha convertido en el vigésimo tercer español en morir en una cumbre del Himalaya, sumándose a una lista demasiado larga en la que figuran Iñaki Otxoa, Xavier Ormazabal, Félix Iñurrategi y ‘Atxo’ Apellániz entre otros.

Respecto a Juanito Oiarzabal sólo puedo decir una cosa; se me ha caído el mito.
Es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes alpinistas de todos los tiempos (sexto hombre en subir los 14 “ochomiles” y el que más veces ha ascendido picos a esas alturas, con un total de 24 cimas), pero su reacción, desde el mismo momento en que llegó al campo base del Annapurna, ha sido siempre la de atacar a los demás y eso es algo que me ha decepcionado de un grandísimo deportista como es él.

Juanito Oiarzabal en su elemento, la alta montaña.

Primero, carga contra Eu-Sun Oh (“si sus sherpas hubieran ayudado, Tolo estaría vivo”) y luego intenta arreglarlo presentando una conspiración contra su persona (“me estoy comiendo la polémica de la muerte de Tolo por mi nombre”). Incluso Carlos Pauner se ha manifestado en contra de las declaraciones de Juanito contra la surcoreana y el equipo de ésta.

No nos volvamos locos y comencemos desde una verdad tan clara como demoledora:
Si estás a 7500 metros de altitud y no te mueves, vas a morir.
Es una afirmación impactante, pero totalmente cierta.
Tus compañeros no podrán hacer nada por ti si ni siquiera puedes ponerte en pie, pues, de hacerlo, ellos mismos pondrían en riesgo sus vidas. No es que ellos te vayan a abandonar a tu suerte simplemente porque no te mueves, sino que o se mantienen en movimiento o morirán contigo.

Cuanto más te adentras en las alturas, menos oxígeno llega a tu cerebro, por lo que tus pensamientos y tus movimientos se tornan más lentos y consumen más energía de lo normal. No se trata de que tengas o no fuerzas para empujar a alguien, es que incluso caminar se torna difícil y pesado.
A esto, hay que sumarle el frío. A altitudes extremas, el frío llega a igualarse al que podríamos sentir en el Polo Sur, temperaturas tan bajas ante las que el cuerpo humano, simplemente, comienza a apagarse. El cuerpo comienza a dormirse. No es cansancio, no es agotamiento; es la respuesta biológica de nuestro organismo ante la imposibilidad de mantener los órganos a una temperatura aceptable.

El alpinista que comienza una ascensión asume el riesgo de poder morir en el camino de ida o el de vuelta.
Sabe que, a partir de una determinada altitud, el rescate por helicóptero es imposible, pues el aire es tan poco denso que sus aspas no soportan presión alguna y cae al vacío.
Conoce de antemano el eterno dilema de la gran montaña: Ayudar a alguien en problemas o no hacerlo. Ha pasado cientos de veces y seguirá ocurriendo en el futuro: Puedes estar tendido sobre la nieve frente a una expedición que no sea la tuya y sus miembros se limitarán a pasar de largo, o bien se interesarán un poco por ti, pero, una vez sepan en qué estado estás, te dejarán ahí mismo. Las montañas más altas del mundo están regadas de cadáveres. En algunas de ellas, incluso, se han convertido en un punto de referencia en la ruta.

Esas grandes moles de granito, caliza y otros materiales rocosos no van a ayudarte en nada, ya tengan mil, tres mil u ocho mil metros de altura, pero una cosa es enfrentarse al Mulhacén o al Mont Blanc (en las que puedes morir igualmente), y otra muy distinta vérselas cara a cara con el Everest, el Lothse o el Aconcagua.

Incluso en el Mulhacén te pueden surgir graves problemas.

Lo que más rabia me da de todo este asunto es el circo mediático en que han convertido la muerte del mallorquín, un joven cuyo sueño era poder vivir del alpinismo sin renunciar nunca al poder divertirse con ello.
Ha habido quienes han hablando de más, quienes deberían de haber callado, quienes han presentado a los sherpas como auténticas alimañas o esclavos al servicio de los alpinistas profesionales y quien ha guardado silencio pudiendo haber aclarado algunos puntos negros de toda esta historia.

Todo esto me ha traído a la mente otra cuestión, que, aunque no tenga nada que ver con la desgraciada pérdida de Tolo Calafat, me gustaría señalar: la eterna discusión sobre la masificación de las expediciones a las montañas más altas del planeta y el coste humano que resulta de ello.

La cima del Everest durante la temporada de primavera de 2009.

El conocido como “desastre del Everest” es un ejemplo y el acontecimiento que puso en alerta a los expertos acerca del peligro que conllevaba la “súper-comercialización” de dicha montaña.
Había tantas expediciones haciendo cumbre aquél 10 de mayo de 1996 que un embotellamiento cerca de la cima provocó un efecto dominó, retrasando un grupo tras otro en su intento de llegar al punto más alto. Tal es así que unas dieciséis personas se vieron obligadas a acampar durante la noche en el Campo 4 (el más cercano a la cumbre) donde fueron sorprendidos por una ventisca a más de 8000 metros de altitud. El caos se apoderó de la situación, resultando en la muerte de ocho montañistas.
Aquél fue el año con más muertes en la historia del Everest, con un total de quince fallecidos.
El K2 ha sido testigo mudo de dos situaciones similares a lo largo de los años.
Entre el 6 y el 10 de agosto de 1986, murieron cinco alpinistas y otros ocho resultaron heridos en diferentes expediciones. En las semanas anteriores, otras ocho personas habían perecido, llevando el total a trece muertos en menos de dos meses y medio.
El 2 de agosto de 2008, la tragedia volvía a golpear las faldas de la “montaña asesina”. Un alud se llevaba por delante la vida de once montañistas y hería a otros tres.

La masificación ha llevado, también, a la desmitificación del alpinismo. Se da prácticamente por sentado que, previo pago, cualquiera puede llegar a la cima sano y salvo, y casi llevado a hombros.
Por otra parte, existe la continua pérdida de credibilidad de los propios alpinistas con sus carreritas y retos estúpidos, el último y más sonado, el de ser la primera mujer en conseguir ascender los 14 ‘ochomiles’.

Edurne Pasaban, a pesar de las críticas, mi heroína en esto del alpinismo.

Para mí, eso no es deporte ni tiene nada de diversión; es un trabajo. Llegas, haces cumbre y vuelves a casa para las sesiones de fotos y las entrevistas oportunas.
No me entendáis mal; admiro a Edurne Pasabán e, incluso, yo mismo me planteo retos continuamente, pero, a diferencia de ella, yo lo hago por pura diversión y me lo paso bien mientras lo hago. No es una obligación para con el resto del mundo.
Esto, también, trae añadido las polémicas absurdas como si tal o cual usa oxígeno, o si fulanito o menganito llegaron antes a la cima.

Para mí la montaña se limita a disfrutar de su belleza y volver a casa con la sensación de haber estado en contacto con la naturaleza, dejando atrás todo el humo y el tono gris de la ciudad.
Nunca he pasado de la cota de los 2700 metros y, aunque no busco seguir a más altitud, tampoco haré ascos a la oportunidad que tenga de hacerlo. Eso sí, siempre como diversión.

A Tolo Calafat y su familia. D.E.P.

4 comentarios:

  1. Complejo mundo de competitividad. Estan lo que disfrutan en el camino, y los que disfrutan en el final. Creo que el Alpinismo lleva un gran lastre cuando solo se habla de los ocho miles y rutas complicadísimas. Todos tienen un tufillo a patrocinio y curriculum personal. Siento que el pastor de Chirivel que sube a la mina a dar de beber al ganao es más montañero que muchos que salen por la tele. El no lo dice( Soy alpinista sabes¡¡¡¡), simplemente lo siente.

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  2. Tienes toda la razón. No creo que nadie escale hacia la cima por la ruta más dura y complicada por placer.
    De todas formas, nadie se plantea escalar montañas importantes si no le gusta, eso está claro, pero hay quienes siguen haciéndolo por diversión y quienes lo hacen por otros intereses nada deportivos. Por ejemplo, no creo que Edurne Pasaban se exponga a tales peligros sólo por cumplir, pero, por otra parte, TIENE que hacerlo para "honrar" a sus sponsors y poder vivir del alpinismo.

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  3. Al Juanito ya hace mucho tiempo que se le fué la olla, pero así y todo las circunstancias que se ven desde aquí no son las mismas que se sufren allí, uno a partir de cierta altura ha de saber que es un posible muerto mas hasta que baje a lugar seguro y cuando las fuerzas fallan fallan para todos, sean mas o menos campeones, ¿porqué no hay mas rescates de montaña a esas altitudes??? pues sencillamente porque para salvar a veces a un alpinista se pone en peligro la vida de muchos otros y luego las cuentas no salen, lo único que tiene que tener en cuenta un montañero por esas altitudes es tener bien claro que tiene pocas posibilidades de sobrevivir, sinceramente creo que si Juanito hubiera vuelto a subir, también él hubiera quedado allí, está loco, pero no para tanto.

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  4. Buenas Enrique,
    Estoy de acuerdo contigo en que, en la mayoría de los casos, los rescates son algo así como un querer y no poder por parte de los alpinistas; quieren salvar al compañero, pero por peligrosidad y/o cansancio no pueden llegar hasta él.
    En cuanto a Juanito, por supuesto que volver le hubiese costado la vida, pero lo que aquí intentaba hacer era llamar la atención acerca de su comportamiento, culpando a todo el mundo para, después, intentar suavizar sus declaraciones.
    En fin, discusiones aparte, creo que hubo errores en la forma de actuar, pero, claro, la crítica fácil es aquélla que se hace desde el sillón. Tendría que haber estado en la situación para saber lo que realmente pasó y cómo se podría haber actuado mejor.
    ¡Saludos a tod@s!

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