viernes, 8 de enero de 2010

DE RECUERDOS SE HACE EL MUNDO

Comencé el año releyendo los cuadernos de los viajes y rutas que realicé en 2009. No sé, a veces uno siente la necesidad de rememorar ciertos detalles de sus travesías.



Cabo de Gata, Julio.
Antes de llegar a la impresionante y kilométrica recta que conduce hacia el Cortijo del Fraile, me adelantaron dos todoterreno a todo gas, levantando una nube de polvo que casi me deja pedaleando a ciegas.
(...) Una vez arribé al lugar, me encontré con que todos los ocupantes (…) estaban, literalmente, llenando las memorias de sus cámaras con fotos de aquél viejo caserón semiderruido.
Era un espectáculo bastante surrealista: Diez personas, cada una con su propia cámara de fotos, fotografiando el mismo lugar desde, prácticamente, el mismo ángulo.
Reparé en que ninguno de ellos se acercó a leer el solitario panel de información que hay justo frente al edificio, ni que ningún miembro dejaba su cámara a un lado y se acercaba a éste para investigarlo un poco.
(…) Al tiempo que daba un laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargo trago a mi botellín de agua, los fotógrafos saltaron al interior de sus 4x4 y desaparecieron en el horizonte, dejando tan sólo nubes de polvo a su paso.


Había oído varias veces que, cuando uno dispara miles de fotos en un viaje, posteriormente, no es capaz de recordar mas que lo que aparece en esas imágenes.
Uno no es capaz de rememorar cómo olía un paisaje húmedo, o cómo era el tacto de una construcción milenaria… Como si apretar el disparador borrara de nuestra memoria de un lugar o un acontecimiento.
Yo creo en ello, y más aún tras perder las imágenes de mi periplo por las Alpujarras debido a un problema de humedades. Con el tiempo, me di cuenta de que era capaz de recordar prácticamente los detalles de todos y cada uno de los días que pedaleé por aquél impresionante vergel.



Sierra de Gérgal, Abril.
En una de las bajadas, distingo a lo lejos a la pareja de holandeses con los que charlé en el pueblo.
Estaban parados a un lado del camino, inclinados sobre sus bicis, así que supuse que habían sufrido un pinchazo.
Al llegar a su lado, observo que están ordenando unos montoncitos de basura.
“¿Qué estáis haciendo?”, les pregunté, “¿Algún problema?”
“No”, contestó Martina, sonriendo, a lo que agregó, “Estamos ordenando la basura.”
Al ver mi cara de incredulidad, me explican que están organizando los desechos para tirarlos en contenedores de reciclaje.
“¿Qué haces tú con tu basura?”, me preguntó Johan, también sonriendo.
“Pues, lo meto todo en una única bolsa y la tiro al primer contenedor que me encuentro”, respondí.
De repente, sus miradas me fulminaron:
“¿No reciclas cuando viajas?”, preguntó Johan.
“No todos los barrios y pueblos tienen los contenedores de reciclaje…”
“¿Y tú te haces llamar cicloturista?”, me espetó Martina al tiempo que se ponía de pie de un salto, tras lo cual, sin mediar palabra, reanudé la marcha.
Ahora va a resultar que todos los cicloturistas somos ángeles de la guarda de nuestros montes.


No soy ecologista, soy viajero. Pero que sólo sea viajero no significa que no respete el medio ambiente. La bolsa de basura siempre a cuestas, hasta encontrar un contenedor a donde arrojarla, que, supongo, es mejor que ir dejando una estela de deshechos por el camino.
Soy consciente de que la bici que me lleva a todas partes es ecológica sólo al 50%; no contamina al moverse, pero su mantenimiento está rodeado de productos tóxicos y su construcción no tuvo nada de beneficioso para el medio ambiente.
Respeto el mundo en el que vivimos. Amo la naturaleza y soy consciente del cambio climático y de la destrucción de bosques y océanos.
No tengo coche. Sólo uso pilas recargables y bombillas de bajo consumo. Aprendí a reciclar papel, y en mi casa sólo encontrarás folios 100% reciclados. Me titulé como auxiliar de energía solar y eólica, y he realizado varias instalaciones.
Pero, por usar una sola bolsa para mi basura, me convertí en un insensible.



Cabo de Gata, Agosto.
Cocina al aire libre. Una sartén, un poco de sal y aceite de oliva.
Menú: Desayuno inglés, compuesto por un huevo frito, salchichas y “red beans” (habichuelas con salsa de tomate).
Matt se acerca a mí por la espalda, mira lo que estoy comiendo y se pone de pie de un salto al tiempo que grita llamándome “carnívoro” y asegurando que no tengo sentimientos.
“¡Vaya!”, pienso para mis adentros; “Así es como se comporta un vegetariano al ver a una persona omnívora.”
(…)
Resuelto el conflicto de la comida (“animales asesinados y expoliados”), tuve que enfrentarme al dilema de la vestimenta.
En un campamento hippie, la equipación ciclista no es lo más aconsejable (menos aún si es de colores chillones).
Lo más común es llevar puesto una camiseta cuyo último lavado fue hace… Y nada más.
Repito: Y NADA MÁS.
(…)
Una vez caída la noche, me di cuenta de lo poco que había hecho por la tarde. Me había limitado a holgazanear. El desviador de la bicicleta, que tantos quebraderos de cabeza me había dado, seguía tan roto como cuando llegué. Debía de ponerme manos a la obra cuanto antes y…
- ¡Vamos a darnos un baño! –gritó alguien.
Al unísono, todo el grupo se levantó de un salto y comenzó a correr hacia la playa, jaleando y dejando tras de sí una nube de polvo.
Yo me uní a ellos el último, por lo que, a medida que la gente corría y se quitaba la ropa, me llovían camisetas, pantalones, sujetadores, bragas…
Un momento: ¡¡¿¿Sujetadores y bragas?!!
Y así fue como me di cuenta que todo el mundo estaba desnudo en la orilla.
(…)
Mi mente era un hervidero.
“Vale, Fran, tú tranquilo, tú tranquilo. No pasa nada. Estás desnudo rodeado de una veintena de personas desnudas, y estás nadando de noche en el mar.”
De repente, el agua alrededor mía ondeó y, al darme la vuelta, me encontré cara a cara con Beth.
“¿Qué tal?”, me preguntó.
“Pues bien, bien”, respondí intentando ocultar mi vergüenza.
“¿Seguro?”, volvió a inquirirme, “Pareces nervioso”
“¿Nervioso?”
“No sé… Puede que sea porque estás desnudo y yo también lo estoy”
La pálida luz de la luna me permitió ver una sonrisa en su cara y, entonces, comprendí el significado de sus palabras, tras lo cual nadé para acercarme más a ella.”


Durante mis jornadas a lomos de mi querida e incansable Trek, he tenido la oportunidad de conocer a gentes de lo más variopinta.
Cicloturistas obsesionados con el color del cielo, un canadiense al que sus padres bautizaron con el nombre de Indalo, dos gemelos alemanes que llevaban días sin hablarse por culpa de una rosquilla, un inglés budista que meditaba sobre un coche desguazado…, pero nunca había tenido la oportunidad de convivir entre un grupo de hippies, y, la verdad, es que la experiencia mereció, y mucho, la pena.
Me instruyeron en lo que verdaderamente significa ser hippie, unir tu ser con la tierra, aprovecharte de ella sin dañarla ni dañar a nadie, y respetar a quienes no crean lo que tú.

Habían llegado desde Málaga, y llevaban un par de semanas en la zona, aunque ya la conocían de años anteriores.
Vivían repartidos en tres caravanas desvencijadas y otras tantas tiendas de campaña que pedían su jubilación a gritos. Más bien eran trozos de fina y semitransparente tela azulada por los que podías ver quién estaba dentro y qué hacía, todo ello alzado por hierros endebles.
En total, eran unas veintidós personas, de varios países, aunque los alemanes eran mayoría. También, había algún austríaco, una pareja de húngaros y varios ingleses, entre ellos una chica, Ruth, con la cual conecté desde el primer día.
Algunos de ellos desaparecían avanzada la tarde para ir hasta San José, donde participaban en el mercadillo que se instala allí todas las noches durante el verano.
Compartí experiencias y risas con ellos durante un par de noches y, en verdad, me costó un poco abandonarles y partir de nuevo hacia Almería.
Porque, ¿quién no desea desprenderse de todo lo material y fundirse con el mundo tal y como es?

Por cierto, y para que quede constancia, también he conocido gente “normal” durante estos viajes. Lo “normal” que pueda ser alguien que se tira meses pedaleando por puro placer.

1 comentario:

  1. hola
    me ha encantado tus historias, sobre todo las vivencias con los hippies, y todo lo que aprendiste con ellos.
    Me uno a ti en cuanto a mantener la Tierra lo más parecido a como la econtre al llegar. A procurar no derrochar ni un solo watio de energía.
    A no tener coche, (hace ya + de 16 años) y echar malos humos en las narices a los demas. A reciclar cualquier máquina o aparato, o algo para evitar la polución que se supone al comprar uno nuevo.
    Reciclar de forma obsesiva.
    Incluso al vegetarianismo, aunque alguna ocasión como algun cadaver de algun animatito.

    ResponderEliminar

La vida es como andar en bicicleta.
Para mantenerte en equilibrio,
tienes que seguir moviéndote.

Albert Einstein