Hace unos días, me pasaron el link del tráiler de una película que se estrenará este año en cines:
El anuncio en sí es una inyección de pura adrenalina; bicis atravesando una gran ciudad a toda velocidad, persecuciones, acrobacias sobre dos ruedas, chicas guapas, accidentes... ¿Quién no querría ser bici-mensajero después de ver algo así?
Pero el admirar este tráiler me llevó directamente a dos conclusiones:
La primera, que me parece una copia modernizada de la película “Quicksilver” que protagonizó Kevin Bacon allá por mitad de los años ochenta: Mensajeros en bici que se meten en problemas con los mafiosos de turno y tienen que solventar la situación a la par que llevarse a la chica.
La segunda, que son este tipo de películas hechas para entretener a las masas y convertirse en éxitos de taquilla las que moldean la opinión (para bien o para mal) de la gente acerca de determinadas culturas urbanas.
Mi ejemplo favorito de ésto último, por bien conocido, es la imagen que ofrecía la saga de “A todo gas” sobre el mundo del túning; coches sobrealimentados, carreras ilegales, derrapes a toda velocidad...
Los jóvenes veían éso en el cine y salían en tropel a las tiendas de accesorios para convertir sus coches en algo parecido a un bólido de carreras con todo tipo de adornos y reunirse en polígonos industriales o carreteras secundarias donde algunos de ellos demostraban su “maestría” al volante tirando del freno de mano en plena curva o dando acelerones.
Pero aquéllas películas no mostraban para nada el verdadero espíritu del túning, que no es otro que el de compartir con otra gente el trabajo realizado en la personalización de tu coche, lo cual no sólo implica caracterizarlo, sino, también, cuidarlo y respetarlo. ¿De verdad cree la gente que alguien que se gasta 20.000 euros en tunear su coche se va a dedicar después a hacerlo derrapar o a conducirlo a toda velocidad por carreteras estrechas?
No creo que este estreno cambie de forma radical la imagen que se tiene en este país de los ciclistas urbanos, pero sí que puede llevar a algunas mentes fácilmente moldeables a pensar que ciclar a todo trapo por una gran ciudad es algo emocionante y que éste comportamiento de una minoría sí dañe la imagen del resto.
Y es que hay cosas que las películas como ésta dejan a un lado para resultar más espectaculares y atrayentes, reduciendo a una silueta el mundo que intentan retratar.
Sacan a relucir las velocidades de vértigo, el peligro y los accidentes y corren un tupido velo sobre los problemas que se enfrentan quienes se dedican a ésta profesión, como los pobres salarios que cobran o que muchísimos de ellos no están asegurados. Este tipo de situaciones no sólo se dan en los Estados Unidos. Tengo un amigo que se dedicó un tiempo a ésto en una gran ciudad europea y que me hablaba de situaciones muy parecidas.
Mi único consuelo es que la mensajería en bici es una profesión prácticamente desconocida en nuestro país, por lo que no será tan fácil que la gente joven lo vea como algo suyo.